¿No es interesante que seamos definidos como hombres o mujeres en relación a tener o no tener ciertas cosas en nuestra anatomía, al parecer «centrales» en la condición humana?¿Compartes esta reflexión, qué piensas tú?
Más allá de que lo que no se nombre no existe y de ahí la obsesión de muchas de nosotras por no utilizar genéricos que excluyen del discurso lo femenino, quería rescatar una reflexión relativa a la definición que hacemos de los niños y las niñas mediante el lenguaje, de mucha importancia desde mi punto de vista, en la identidad de género.
La adquisición del lenguaje marca un hito en el desarrollo de nuestro psiquismo, puesto que supone la capacidad de poder nombrar y definir los elementos de la realidad interior y exterior. Esto proporciona la sensación de dominio y control del medio y de nuestro mundo afectivo, así como la posibilidad de compartirlo con otros y contrastarlo.
La sexualidad y el cuerpo son los primeros elementos conformadores de la identidad, por este motivo apropiarnos del cuerpo y habitarlo es clave, para sentirnos, para ser y no conceder, en ningún ámbito, lo que es dominio del Yo y no del Tú.
El momento en el que el niño y la niña descubren la diferencia de los sexos, es habitual nombrar esta diferencia en términos de tener y no tener. Es un niño, porque tiene «colita», es una niña, porque no tiene ”colita”. Podemos hablar de los que tienen unos y otras, en ambos casos el término es tener. Cuando utilizamos el verbo ser o tener, aludimos al ámbito de la expresión del «Yo» y al ámbito de lo que posee.
El aparato genital masculino es visible y palpable y, además, se modifica «mágicamente» ante el niño proporcionándole placer. El de la niña está oculto, y pueda darle placer si se acaricia, aunque no ve que «pasen cosas», ni siquiera lo ve, circunstancia que hace menos frecuente que se le ocurra buscarlo.